La Navidad me pone triste. Leo con alivio que a los contemporáneos del escritor inglés Gilbert K.
Chesterton —y a Chesterton mismo— les sucedía algo parecido. En uno de los
artículos reunidos en El espíritu de la Navidad (The Spirit of Christmas,1984; Renacimiento,
2017), el autor de El hombre que fue jueves nos advierte de que "pocas costumbres hay tan peligrosas y
desagradables como celebrar la Navidad antes de tiempo. La esencia misma de
cualquier fiesta consiste en que rompe sobre uno de manera brillante y
repentina; que en un momento determinado el gran día no es, y al momento
siguiente el gran día sí es. Hasta un cierto instante específico se siente uno
triste, como siempre: es miércoles, nada más. Al momento siguiente el corazón
da un brinco [...] en medio de un estallido, de una llamarada, ha llegado el
jueves. [...] Sea cual sea para usted el día festivo o simbólico, es esencial
que haya un trazo muy nítido entre ese día y el tiempo anterior". Parece ser
que últimamente hay mucha prisa por celebrar la Navidad antes de tiempo. Todo el
mundo espera la llegada de la Navidad como si fuera un
traje que nos queda bien a todos. Sin embargo, como escribe Chesterton, "la
Navidad no encaja en absoluto con el mundo moderno". Tampoco encaja con la
Navidad el libro del que voy a hablarles ahora. Hace unos días
desenterré Libros de sangre (Books
of Blood, 1985; Valdemar, 2016) de Clive Baker de
debajo de una pila de libros que llegaban a igualar mi altura. Libros
de sangre reúne dieciséis relatos valientes y osados
—entre ellos, El tren de la carne de medianoche, El blues de la sangre de
cerdo, Terror, Hijo del celuloide, Chivos expiatorios y Restos humanos—, cuya
fuerza les viene de aquello que otros escritores callan. Los relatos de Baker,
escribe el crítico Jesús Palacios en el prólogo, ofrecen "exactamente aquello
que pedimos con gritos mudos en medio de un silencio preñado de pasiones
inconfesas. Ser golpeados por el horror. Ser desafiados por palabras y frases.
Sentirnos sucios. Ser violados (a ser posible, sodomizados) por letras nunca
escritas y palabras nunca antes pronunciadas". Cada uno de los relatos,
escritos sin la más mínima concesión a lo que no resulta esencial, arranca con
máxima fuerza y luego avanza sin detenerse, arrollando a su paso todo lo que
huela a mentalidad burguesa, cuya consigna es que "si algo es raro, dispara.
Sienten terror ante la diversidad y piensan que si algo es diferente, pertenece
al lado oscuro; si algo es diferente, hay que acabar con ello", según dijo Baker en una entrevista en la que habló de su homosexualidad como motor del
carácter introspectivo, visceral y telúrico de sus relatos: "Pienso que como
gays tenemos más espacio para soñar". Baker, ya es hora de decirlo, es de lejos
el mejor escritor de terror contemporáneo, a bastante distancia de Stephen
King, quien hace siempre que la imaginación se detenga a un paso del límite del
pudor. Si algo se desprende de Libros de sangre es que lo raro es vivir.
"No hay placer igual al terror. Si fuera posible
sentarse, invisible, entre dos personas en cualquier tren, en cualquier sala de
espera u oficina, la conversación versaría invariablemente sobre ese tema.
[...] Con la inexorabilidad de una lengua que regresa una y otra vez al diente
dolorido para hurgarlo, regresamos una y otra a nuestros miedos".
Clive Baker, Libros de sangre