domingo, 13 de junio de 2021

La pequeña linterna de la literatura

Hace tiempo que no actualizo este blog, y me pregunto si se debe a que, como el protagonista de la primera novela del poeta zaragozano Juan Marqués, El hombre que ordenaba bibliotecas (Pre-Textos, 2021), esté inmerso en una crisis vocacional que implica también desprenderme de los libros —de algunos, no todos por supuesto—, que tan necesarios han sido para mí. En mi caso, ha sido por problemas de espacio libre en las estanterías, cajones y armarios, que en pocas semanas han venido a ocupar otros libros: Leica Format (Automática) de Daša Drndić, Primavera (Nórdica) de Ali Smith, La herencia (Dos Bigotes) de Matthew López, Mar abierto (Tusquets) de Benjamin Myers, Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama) Daniel Saldaña, Los años extraordinarios (Literatura Random House) de Rodrigo Cortés, El hombre al que amamos (Rata) de Roberto Camurri, La deriva (Seix Barral) de Namwali Serpell, Friday Black (Libros del Asteroide) de Nana Kwame Adjei-Brenyah, Historia de un chico (Blatt & Ríos) de Edmund White, etcétera. Desde mi primera infancia estuve subyugado por los libros. Un psicoanalista —y esto lo sé a ciencia cierta diría que aún lo estoy. Por fortuna, no estoy solo. Me reconozco en algunos de los personajes que transitan por las escasas cien páginas de El hombre que ordenaba bibliotecas, aunque no comparto ninguno de sus caprichos y excentricidades. El héroe y narrador de esta novela —o nouvelle, más bien, después de poner un anuncio en el periódico ofreciéndose a ordenar bibliotecas ajenas (“Me adapto a sus gustos y a su presupuesto. Busco y compro libros para usted. Completo carencias. Corrijo las erratas de sus estanterías. Elimino sigilosamente libros de Houellebecq. Las ordeno y asesoro según su propio criterio: alfabético, cronológico, temático, cromático, idiomático... Dependiendo de lo que le guste a usted, me reservo el derecho a la objeción de conciencia”), se da de bruces con una realidad todavía más amarga que la suya. Así entra en contacto con una chica que sólo quiere poseer libros que contengan mapas; un tía lejana suya que quiere muchos libros de color verde, porque ambiciona formar “una especie de biblioteca vegetal”; un hombre de mediana edad que persigue poseer primeras novelas, óperas primas, sean de quien sean; una mujer que pretende crear una biblioteca sólo con obras de autores cuyo apellido empiece por S. En El hombre que ordenaba bibliotecas, Marqués repasa las vidas de un puñado de hombres y mujeres que viven el amor por los libros en el límite mismo del exceso. Combina, como lo haría un pintor, materiales fríos y calientes, que arrancan una sonrisa o provocan una reflexión crítica: “La literatura es un pequeña linterna en un planeta lleno de luz que está en medio de un universo anegado de oscuridad, un espacio eternamente hundido en la noche. No hay solución para eso, y no hace falta, pero hay que tenerlo en cuenta”. Juan Marqués es otro al que hay que tener en cuenta por su extraordinaria mirada lúcida sobre los libros y la vida.

 


 

“Para que una casa sea digna de ser llamada ‘hogar’ ha de tener más libros que baldosas. No se trata, por supuesto, de que se acumulen los volúmenes por todos lados, empantanado la casa, complicando la convivencia o precipitando divorcios..., sino de que se superpongan las lecturas dentro de uno mismo, ampliando el mundo interior, ensanchando la forma de mirar”.

 

Juan Marqués, El hombre que ordenaba bibliotecas