Para cualquiera que no conozca la obra de la escritora francesa Annie
Ernaux, publicada en España en los años 90 y felizmente recuperada en la
actualidad gracias a la concesión del Premio Formentor de las Letras 2019*, las
primeras palabras de Pura pasión (Passion simple,
1992; Tusquets, 1993, 2ª edición 2019) son lo suficientemente explícitas
(“polla”, “esperma”) para entender que se trata de una novela audaz, entonces y
ahora, que nos da una visión personal y real de las consecuencias de una
atracción sexual llevada al paroxismo, cuyas sombras adquieren formas de
tragedia shakesperiana: “Desde septiembre del año pasado no he hecho más que
esperar a un hombre: he estado esperando que me llamara y que viniera a verme.
[...] Si me anunciaba que iba a venir al cabo de una hora, yo entraba en otro
estado de espera, con la mente en blanco, sin deseo incluso (hasta el punto de
llegar a preguntarme si iba a ser capaz de gozar), rebosante de una energía
febril aplicada a unas tareas que no conseguía ordenar: tomarme una ducha,
sacar unas copas, pintarme las uñas, pasar el trapo. Ya no sabía a quién
esperaba. Sólo me hallaba atrapada en aquel instante”. Más que un planeta, la
narrativa autobiográfica de Ernaux es una galaxia sin fondo, un agujero negro
en cuyo interior existe una concentración de masa lo suficientemente elevada y
densa como para generar un campo gravitatorio que vuelve sobre unas cosas y
otras —el aborto, el placer, los celos, la vergüenza, la enfermedad—, en un continuo tránsito de materia y
energía. En Pura pasión, la escritora narra su apasionado affaire con un diplomático ruso destinado en París a finales de los años 80, del
que sólo conocemos la inicial de su nombre, A., y que “le gustaba que le
encontraran cierto parecido con Alain Delon”. Si la primera persona es un
requisito obligatorio en Ernaux, en esta novela su voz adquiere un tono
confesional y expiatorio que recuerda a las novelas de Marguerite Duras:
“Cuando él telefoneaba para que nos viéramos, su tan esperada llamada no
cambiaba nada. Me hallaba en un estado en el que ni siquiera la realidad de su
voz conseguía hacerme feliz. Todo era una carencia sin fin, salvo el momento en
que estábamos juntos haciendo el amor. Y, aún así, me obsesionaba el momento
que vendría a continuación, cuando se hubiera marchado. Vivía el placer como un
dolor futuro”. Más allá del arte —se mira pero no se toca— de lamerse las
heridas de Duras, la
novela de Ernaux es descarnada, es incendiaria y es brutal. Como un incendio
voraz, vamos.
“Durante ese periodo de
tiempo [con A.], todos mis pensamientos y mis actos eran la repetición de lo
ocurrido. Quería obligar al presente a convertirse otra vez en un pasado
abierto a la felicidad”.
Annie Ernaux, Pura pasión
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(*) En honor a la verdad, hay que decir que la editorial
Cabaret Voltaire empezó a recuperar su obra en 2015 con La mujer helada, a la que siguieron Memoria
de chica, No
he salido de mi noche, El uso de la foto y Los años. Además, la
editorial dirigida por Miguel Lázaro García y José Miguel Pomares anuncia para
2020 la publicación de Perderse, el diario íntimo que dio origen a Pura pasión.