miércoles, 16 de octubre de 2019

El invierno de nuestro descontento

Hoy murió el crítico Harold Bloom. O quizá ayer. El caso es que hace poco hojeando uno de sus libros —ahora no recuerdo cuál de ellos, quizá El canon occidental, o tal vez Genios— encontré esta frase que me hizo detenerme bruscamente, y volverla a leer: “La novela actual no sería la misma sin las aportaciones de los escritores irlandeses, del primero al último”. En honor a la verdad, tengo que decir que en el instituto me enseñaron a Flann O'Brien, pero no a Edna O'Brien. A Samuel Beckett, pero no a Colm Tóibín. A James Joyce, pero no a Bernard MacLaverty. No obstante, la sospecha que siempre he abrigado de que entre la obra de James Joyce y la de Bernard MacLaverty no había mucha distancia se ha convertido en certeza después de acabar Unas vacaciones en invierno (Midwinter Break, 2017; 2019, Libros del Asteroide). Ahora tengo claro que tanto Joyce como MacLaverty —al menos en las novelas que yo conozco, Solo a dos voces y Cal*— se han dedicado a capturar signos de vida y signos de muerte como quien atrapa con los dientes la hebra de una trama. Lo mismo ocurre en Unas vacaciones en invierno, donde MacLaverty disecciona la relación de una pareja de jubilados irlandeses durante un viaje de fin de semana a Ámsterdam. Gerry y Stella Gilmore se toman un respiro para celebrar el Año Nuevo, hacer turismo y, en general, hacer balance de lo que queda de sus vidas. Su matrimonio parece discurrir sin sobresaltos. Pero en el transcurso del fin de semana descubriremos las profundas grietas e incertidumbres que existen entre ellos. Al igual que en Los muertos de Joyce, es difícil saber dónde está el foco de Unas vacaciones en invierno. Ambos son retratos de pareja extraordinariamente íntimos. Tanto Gabriel y Gretta, en Los muertos, como Gerry y Stella, en Unas vacaciones en invierno, se encuentran en el epicentro de su seísmo interior después de haber vivido casi medio siglo en pareja. Si en Los muertos Joyce compuso un relato sereno y doloroso, sin un momento contado con más importancia que otro, en Unas vacaciones en invierno MacLaverty se las ingenia para componer un drama sin drama, construido alrededor de lo íntimo y lo cotidiano con una honestidad inmisericorde. Unas vacaciones en invierno es una novela conmovedora, pero sin autoengaños, ni infecciones sentimentales. La vecindad del fin no permite evasivas. Dura, no. Lo siguiente. Pero te recuerda la verdad de la vida, pero sobre todo te prepara para los sinsabores del amor y la desazón en la edad adulta y, en realidad, en cualquier edad. 




“Gerry le había dicho una vez, en mitad de una discusión, que él no creía en el alma, pero que, si por casualidad existía, la de Stella sería como una cuchilla de afeitar. Así es como la Iglesia católica la había hecho, dijo, inflexible, estrecha y capaz de infligir un daño terrible por su adherencia estricta a reglas y sistemas. [...] Su iglesia lo era todo para ella. Aunque, como cualquier organización humana, tenía su ración de manzanas podridas”.

Bernard MacLaverty, Unas vacaciones en invierno


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(*) Hay edición española, aunque ya algo lejana en el tiempo, de Solo a dos voces (Grace Notes, 1997; Edhasa, 1999) y Cal (Cal, 1983; Akal, 2002).