miércoles, 29 de diciembre de 2021

Salir a cazar con los antepasados

Si he de ser sincero no me esperaba acabar el año leyendo un libro sobre una remota tribu de Indonesia, los lamaleranos, que se dedica a cazar cachalotes para sobrevivir en un mundo cada vez más inmerso en un entorno virtual, y en el que la naturaleza tiene los días contados. No obstante, no he leído Los últimos balleneros (The Last Whalers, 2019; Libros del Asteroide, 2021) del periodista y escritor americano Doug Bock Clark llevado por su interés antropológico y etnográfico —que sin duda alguna lo tiene, pues como señala el autor “desde que los europeos colonizaron otros continentes en el siglo XVI, el azote de la extinción cultural ha reducido a la mitad el número de culturas en todo el mundo”—, sino por su interés literario. Desde el mismo prólogo, titulado La lección del aprendiz, Bock Clark deja claro que estamos ante un estilista nato. Su relato de la lucha de Yohanes “Jon” Demon Hariona, un nativo lamalerano de veintidós años, con un cachalote que lo arrastra a las profundidades después de hacer zozobrar su barca, no tiene nada que envidiar a la célebre novela de Ernest Hemingway, El viejo y el mar, en la que un viejo pescador cubano observa impasible cómo los tiburones devoran poco a poco el gran pez que le ha llevado 84 días pescar en el Golfo de México. La lección del aprendiz narra los pocos minutos que trascurren desde que los lamaleranos avistan un cachalote (“¡Empieza la caza!”) hasta que Jon descubre que el cabo grueso y rígido del arpón  lanzado por su tío Fransiskus Boko Hariona se ha enroscado entorno de su pie, atando su suerte a la del cachalote que se hunde en las profundidades: “Oscuridad. Una vorágine de burbujas. Arpones, cabos cuchillos, cigarrillos de hoja de palma, piedras afiladas, sombreros de bambú, camisetas raídas y chanclas… Restos de todo tipo se hundieron con Jon”. Es inevitable leer esto y no pensar en una de las mayores novelas “políticas” de la literatura universal, Moby Dick de Herman Melville, donde nadie se salva del enfrentamiento con el Leviatán, metáfora de ese otro Leviatán que Thomas Hobbes llama “república o Estado (Civitas en latín), y que no es sino un hombre artificial, aunque de estatura y fuerza superiores a las del natural” *. Nadie se salva. Excepto un ataúd y un huérfano, Ismael. Jon también es huérfano. Si en Moby Dick todo es cósmico, barroco e infinito, en Los últimos balleneros los hechos cotidianos reclaman su lugar en el texto con una objetividad documental no exenta de poesía. Sirva como ejemplo el arranque del capítulo quinto, titulado Así, hijo mío, es como se mata una ballena: “Durante toda su infancia, los hijos de la familia Blikololong disfrutaron de una vista perfecta de la espalda de su padre. Casi todos los días, Ignatius se erguía en la punta de la hâmmâlollo [plataforma del arponero], los dedos del pie colgando del borde, en el bambú los talones, mientras sus hijos se acuclillaban en la bancada del fondo atento a sus indicaciones”. En Los últimos balleneros, la prosa de Bock Clark navega libre por sus propias aguas, pero sin dejar de rendir tributo a sus predecesores. Una obra maestra de coraje y curiosidad unidos a una ética deontológica y un impulso pionero como pocos por estos horizontes.

 

 


  

“Salir a cazar consiste sobre todo en esperar. Mirar atento e impasible la curva del horizonte, a la espera del regalo de una presa. Pero todo cobra sentido cuando se avistan los surtidores, cuando el sol centellea en el filo recién amolado del arpón, cuando los Antepasados regresan para cazar junto al ballenero”.

 

Doug Bock Clark, Los últimos balleneros


 

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(*) Leviatán (Leviathan, 1651; Alianza, 2018) de Thomas Hobbes se ha convertido en una de las obras capitales para entender el pensamiento político occidental.



viernes, 10 de diciembre de 2021

Sobre gustos no se disputa

Llega diciembre y toca hacer listas con los mejores libros de 2021. Pese a que despotrico con mucho gusto contra ellas —sobre todo cuando las hacen otros movidos por motivos diferentes del simple placer de leer, o no tan simple, pues requiere cierto grado y capacidad de introversión y concentración cuando menos—, las listas me ayudan a perpetuar los mejores ratos de lectura de los últimos 12 meses. Como es lógico no he leído todos los libros que me habría gustado. Me faltó quizás el arrojo de Goethe para gritarle al tiempo: “¡Detente, instante! ¡Eres tan hermoso!”. Mi selección es, como suele ocurrir cuando uno se pone a examinar de cerca sus gustos literarios, heterogénea, y puede que, para algunos, antojadiza. A estos últimos me limito a recordarles una obviedad elemental: sobre gustos no hay nada escrito. Andando los años —y las lecturas— me tropecé con su equivalente en latín: De gustibus non est disputandum [Sobre gustos no se disputa]. Con todo, leer es un riesgo, como decía medio en broma el crítico y ensayista italiano Alfonso Berardinelli: “Leer es un riesgo. Leer, querer leer y saber leer son costumbres cada vez menos garantizadas. Leer libros no es algo natural y necesario como caminar, comer, hablar o usar los cinco sentidos. No es una actividad vital, ni en el plano fisiológico ni en el social. Viene después, implica una atención especialmente consciente y voluntaria hacia uno mismo […] para conocerse mejor, para ser más conscientes de nuestro orden y desorden mental” *. Para no ser menos, aquí les dejo mi orden o desorden mental de 2021. El orden es aleatorio, en cualquier caso.

 

 

Ficción**

 

Salvatierra de Pedro Mairal (Libros del Asteroide)

El poder del perro de Thomas Savage (Alianza)

Los cerros de la muerte de Chris Offutt (Sajalín)

Los galgos, los galgos de Sara Gallardo (Malas Tierras)

Historia de Shuggie Bain de Douglas Stuart (Sexto Piso)

Que no te quiten la corona de Yannick Haenel (Acantilado)

Encrucijadas de Jonathan Franzen (Salamandra)

Klara y el sol de Kazuo Ishiguro (Anagrama)

9 Nadar en la oscuridad de Tomasz Jedrowski (Dos Bigotes) 

10 Desde la línea de Joseph Ponthus (Siruela) 

11 Los días perfectos de Jacobo Bergareche (Libros del Asteroide)

12 Grand Hotel Europa de Ilja Leonard Pfeijffer (Acantilado)

13 Niño pez de Mark Richard (Dirty Works)

14 Un país para morir de Abdelá Taia (Cabaret Voltaire)

15 Cuarteto estacional [Otoño, Invierno, Primavera, Verano] de Ali Smith (Nórdica)


 


No Ficción

 

La llama inmortal de Stephen Crane de Paul Auster (Seix Barral)

Compadezcan al lector de Kurt Vonnegut (Catedral)

Bluets de Maggie Nelson (Tres Puntos)

Diarios. A ratos perdidos 1 y 2 de Rafael Chirbes (Anagrama)

Perderse de Annie Ernaux (Cabaret Voltaire)

Un optimista en América de Italo Calvino (Siruela)

La ola que lee de César Aira (Literatura Random House)

8 El derecho a disentir de Mauricio Wiesenthal (Acantilado)

Amar a Lawrence de Catherine Millet (Anagrama)

10 Missing de Alberto Fuguet (Literatura Random House)

11 El impulso nómada de Jordi Esteva (Galaxia Gutenberg)

12 Inventario de algunas cosas perdidas de Judith Schalansky (Acantilado)

13 Aviones sobrevolando un monstruo de Daniel Saldaña París (Anagrama) 

14 Brigadas Internacionales. El fin de un mito de Sygmunt Stein (Entre Ambos)

15 Antón Chéjov. Una vida de Donald Rayfield  (Plot)

 

 

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(*) Leer es un riesgo (Leggere è un rischio, 2012; Círculo de Tiza, 2016), de Alfonso Berardinelli.

(**) El lector observará que en la selección de este año no he incluido ningún libro de cuentos. En mi descargo podría decir que no hay tantos, pero me acojo a lo que dijo Valle-Inclán: "La novela es más importante que el cuento, ya que obliga a quedarse más horas sentado".




lunes, 6 de diciembre de 2021

Estrella oscura distante

El cuarto título de Chris Offutt publicado en España por la editorial Sajalín está lleno de esas calladas señales que anunciaban en sus libros anteriores (Kentucky seco, Noche cerrada y Lejos del bosque) que no estabamos ante un autor de novela criminal fácil. Narrativamente lo es. Pero anímicamente resulta imposible quedar al margen de lo que le pasa a sus personajes. Como alguien señaló hace un tiempo, sus novelas y relatos se mueven entre “las fronteras de la ley y los límites de la condición humana”. De intimidad máxima, la lectura de Los cerros de la muerte (The Killing Hills, 2021; Sajalín, 2021, traducida por Javier Luicini) nos hace tener la sensación de estar mirando por el ojo de una cerradura mientras en el interior de la habitación las vidas de Peggy y Mick Hardin, veterano de guerra de Irak, Afganistán y Siria y agente de la Divición de Investigación Criminal del Ejército de los Estados Unidos, se vacían en su descenso a los infiernos conyugales: “En numerosas ocasiones [Mick] había entrado en edificios desconocidos sabiendo que dentro había hombres que querían matarlo. Llevaba un chaleco antibalas y tres armas, munición de reserva, una consola de radiocomunicación y vendajes israelíes de comabate. Ahora estaba acechando su propia casa, desprotegido y asustado”. Mick es un hombre de principios y tal vez por eso no se le dan bien los finales. Acorralado por la desesperación y la frustración de haber “fracasado en todos los frentes”, no le importa asumir riesgos cuando su hermana Linda, sheriff del condado, le pide ayuda para encontrar al asesino de una viuda de cuarenta y tres años, cuyo cadáver ha sido encontrado en la ladera de una colina. En parte thriller cargado de tensión —aunque la trama del asesinato de Nonnie Johnson termina siendo casi secundaria, pero eso no es una desventaja sino todo lo contrario al abrirse la historia al paisaje y a su gente— y en parte novela psicológica sobre un hombre que debe enfrentarse a la disolución de su matrimonio, de su entorno y de su modo de vida, Los cerros de la muerte merece leerse tanto por el penetrante y personalísimo estilo de la escritura como por la inquietud que logra generar en los lectores. Chris Offutt, sin ningún género de dudas, es uno de los grandes de la literatura americana actual*. Estrella oscura distante pero sorprendentemente próxima. Pocos como él hallan el equilibrio perfecto entre lo criminal y lo cotidiano, a veces indistinguibles en su Kentucky natal. Eso no quita para que vea el mundo rural con exactitud y generosidad.




“La gente se casaba cuando era joven y optimista, después o bien acababan enredándose como rosales o bien cada uno crecía a su aire, como las malas hierbas”.


Chris Offutt, Los cerros de la muerte



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(*) Mi libro favorito de Offutt, sin desmerecer los ya mencionados, es su obra autobigráfica Mi padre, el pornógrafo (My Father, the Pornographer, 2016; Malas Tierras, 2019), traducida por Ce Santiago. En 2022, Malas Tierras tiene previsto publicar un segundo libro de memorias, Dos veces en el mismo río (The Same River Twice, 1993), sobre sus años juveniles.