Decía Borges que la única felicidad a la que se puede acceder es —cito de memoria— “la felicidad gravitatoria de los libros”. En el caso de Llámame por tu nombre (Call Me by Your Name, 2007; Alfaguara, 2008, reed. 2018) de André Aciman, es cierto o, al menos, a mí me lo parece, ya que tanto la novela, como su adaptación cinematográfica dirigida por el cineasta italiano Luca Guadagnino en 2017, con guión de James Ivory, hicieron las delicias de millones de lectores y espectadores en todo el mundo. Es posible que ésta fuera la razón que llevó a Aciman a escribir una secuela del amor de verano entre Elio y Oliver, con el título Encuéntrame (Find Me, 2019; Alfaguara, 2020), pero ¿la necesitábamos? Visto lo visto, o mejor dicho, leído lo leído, es mejor que se hubiera quedado en el cajón del escritorio. En Encuéntrame, Aciman retoma las vidas de los protagonistas de Llámame por tu nombre 10, 15 y 20 años después, anestesiados en modelos de vida aparentemente estables, pero que ocultan bajo su superficie heridas íntimas y sentimientos arrinconados. Elio, instalado en París, imparte clases de música en el conservatorio y mantiene un affaire con un abogado que le dobla la edad, Michel, con el que juega los fines de semana a los detectives con el fin de desentrañar el secreto de una misteriosa partitura que unió las vidas de dos compañeros de colegio, uno judío y otro católico, durante la ocupación alemana en Francia. Oliver vive en Nueva York, infelizmente casado con una mujer, Micol, y perdidamente enamorado de Erica y Paul, a los que ha invitado a una fiesta en su casa con la intención de hacer un ménage à trois. Por el camino entramos y salimos de cafés y restaurantes, paseamos por calles y bulevares, asistimos a diálogos que no son tales, ya que no se tiene la más mínima intención de escuchar al otro, sino a los propios pensamientos cocidos a fuego lento —“el tiempo es siempre el precio que pagamos por la vida no vivida”—, mientras esperamos con impaciencia el encuentro de Elio y Oliver. Pero éste no tiene lugar hasta el final de la novela, en un epílogo (Da capo) que Aciman añadió por consejo de sus editores, pues en la primera versión nunca llegaban a encontrarse cara a cara. Suele decirse que la buena literatura deja mucha sombra. La única sombra que deja la novela de Aciman es la de la duda: ¿la necesitábamos realmente? No, no lo creo. Y no es porque le falte pasión a sus personajes, sino porque no hay nada que suene auténtico. Como dice Elio de su relación con Michel: “No carecíamos de pasión, sino de convicción”. Vamos, que si lo que pretendía Aciman, libre de tabúes pero también sentimental como nunca, era demostrar que a veces el amor puede resultar grotesco hasta la carcajada, sin duda lo ha conseguido.
“La magia de alguien nuevo nunca dura lo suficiente. Deseamos solo a quien no podemos tener. Aquellos que perdimos o que nunca supieron que existíamos son los que nos dejan huella”.
André Aciman, Encuéntrame